jueves, 22 de diciembre de 2016

84

VERSIONES DE LO QUE ESTÁ OCURRIENDO

En una de las versiones de lo que está ocurriendo el detective pasa 15 días con sus noches sin salir de la pieza del hotel París. Dialogando con una araña y una mosca. A ver quién se come a quién esta vez. Acostándose con la petisita tuerta que va a regar una plantita raquítica pegada a la ventana. El detective pasa todos esos días mirando las fotos del lugar: esas con casitas bajas y gallineros. Con perros mutilados escarbando en la basura. Con duendas que se ahogan en un desagüe más allá de los pastizales y poco más acá de la ruta que pierde el tiempo hacía el oeste. Como si fueran satélites que le bajan información. Como si leyera la historia en la sopita de letras que se enfría.

Pero en otra de las versiones de lo que está ocurriendo el detective sale, el detective es un depredador nostálgico que averigua direcciones, patea puertas, extorsiona enfermeras y con el arma adecuada espera el momento adecuado en un pasillo de hospital, a metros de donde el perro del diablo convaleciente se recupera de un balazo. 

sábado, 17 de diciembre de 2016

83

AHORA O NUNCA

El detective se despierta súbitamente como si lo hubieran tocado con un dedo filoso. La araña, negrita y culona, una novia de la juventud, camina hipnótica por la pared hasta llegar a la ventana. Ahí se queda. El detective se levanta, corre la cortina y en la vereda de enfrente la ve: una vieja intensa, desnuda o vestida con trapos, una vieja desnuda y harapienta. La vieja lo mira. Ojos de pescado frío. La vieja levanta un dedo para señalarlo y el dedo se alarga en la noche en una mala película de horror. Entonces el detective se despierta súbitamente como si lo hubieran tocado con un dedo filoso. En la pieza todo es oscuridad. Prende el velador y pasea la vista. Nada. Pero siente que algo. Una presencia, una invisibilidad, aire convertido. Pero nada. Solamente una mosca. Una mosca que parece dibujada. Un carboncito levitando. Una mosca que le habla. Es ahora o nunca. Muerto este perro se acabó esta rabia. El detective le contesta mudo que ese perro ya murió en el pasado. La mosca se ríe a la manera de las moscas. El detective se despierta súbitamente como…

Amanece en González Satán. Igual que en cualquier lado. Las cosas van adquiriendo color. Los seres diurnos se van desperezando y los nocturnos se esconden en las fisuras del día.

miércoles, 12 de octubre de 2016

82

¿CUÁNTO TIEMPO PUEDE PERMANECER UN GRITO EN EL OÍDO?


El detective durmió mal. Lo despertaron disparos verdaderos y gritos del pasado durante toda la noche. ¿Cuánto tiempo puede permanecer un grito en el oído? Se pregunta mirando su cara lavada en el espejo. La barba se asoma tímidamente ¿años? Quizás a un costado, chiquito, rebotando como en un flipper mudo, en los recovecos de la oreja, en los patios interiores de la arquitectura auditiva. La ropa caída que deja un sonido en el pasillo. Más agua fría y el detective piensa en otra cosa. La guerra del Acantilado, policías versus transas. Narcotraficantes de poca monta, linyeras de la droga. Los mariachis. Tres hermanos. Tres hermanos gordos que se hacen pasar por mexicanos. La brigada mató a uno de ellos y lo dejó desnudo con la cabeza metida en una boca de tormenta. Y así empezó la guerra de El Acantilado. El Acantilado es la villa más populosa de González Satán. Los mariachis eran tres y ahora solamente dos. Dos hermanos gordos que se hacen pasar por mexicanos. Las bandas se cruzaron en el bar El Hígado. Todos los jueves el puticlub es para uso exclusivo de la brigada. El detective escribe, subraya, tacha. El Dogo está herido de gravedad en terapia intensiva. El Dogo. El detective hace una pausa. Ese sobrenombre le revuelve las tripas. El Dogo murió por primera vez en el año 1978 en un tiroteo en plena dictadura. ¿Cuánto tiempo puede permanecer un grito en el oído?

miércoles, 5 de octubre de 2016

81

UN CIGARRILLO IMAGINARIO


Pistas reales, pero también interesadas, defectuosas, mutiladas, lo llevan a hospedarse en el hotel París. Apenas cruza la puerta de entrada se le antoja que es el mejor de los peores hoteles de este mundo. En una de las paredes, del mismo clavo, cuelgan una ristra de ajos y un rosario. Un matrimonio arreglado, un contrato sin firmas, piensa el detective. Pide una habitación que de al frente, con ventana. Todas nuestras habitaciones tienen ventana le dice con orgullo la conserje, una mujercita tuerta, como si se colgara una medalla olímpica. El detective le apaga un cigarrillo imaginario en su único ojo. Sonríe y le dice que claro, que por supuesto. Le pregunta qué le pasó en el ojo ausente. Me apagaron un cigarrillo real, contesta la petisita. El detective ríe hasta que entiende que pregunta y respuesta no existieron. Suben una escalera oscura y húmeda. Claustrofóbica. Recorren un pasillo estrecho de paredes blancas y un techo al alcance de una cresta punk. En el piso hay huellas barrosas de un pie descalzo que desembocan en una puerta cerrada. Ellos siguen. El pasillo no es largo pero es como si se fuera estirando, desenrollando, a medida que avanzan. El detective quiere arrojar a la gorda que lleva en brazos por una ventana, por cualquier ventana. Pero no hay ninguna. No llevo a ninguna gorda en brazos, dice el detective y la petisita tuerta lo mira con la mitad del asombro con el que lo hubiera mirado de haber tenido los dos ojos. Mil años después llegan a la habitación. Una vez adentro y solo, abre la ventana y mira hacía enfrente. El viento hace que se sienta mejor, pero no mucho. Piensa en descansar un poco, algunas horas y después comer algo. Pero ya está dormido.      

miércoles, 28 de septiembre de 2016

80

PISTAS FALSAS


Todas las pistas son falsas, piensa el detective, aún las pistas verdaderas. Las moscas sobrevuelan la atmósfera del hotel París donde el detective se recluye. Se le antoja que el hotel París es el mejor de los peores hoteles de este mundo. Desde la ventana observa a los que entran en la sala de ensayo de enfrente, sobre la calle Persia. Reconoce al negro vestido con una túnica blanca. Qué túnica de mierda, piensa. Es el padre de la putita violada y asesinada en las montañas de basura. Está acompañado por dos más. Uno de ellos lleva su instrumento ¿un saxo? ¿un violín? en un estuche. El detective afina la vista, le parece que el otro acompañante, el guitarrista, es bizco. Ensayan durante dos horas y salen. Esto se repite todos los días. El detective hace cuentas revolviendo la sopa de letras, las letras son números en otro idioma. En el idioma de la razón y la verdad, razona. Llega la noche y golpean la puerta de la habitación. Es la encargada trayéndole la cena. Una petisita, tuerta. La imagina desnuda a caballo. Después sueña con atardeceres y tornados.    

lunes, 19 de septiembre de 2016

79

SOPA DE LETRAS


Los camioneros son marineros de tierra firme, piensa el detective. Y la barba le va comiendo la cara. Una lógica desmesurada arma un rompecabezas sin sentido. Pasan los pueblos pisados por las ruedas del camión. Un padre mujer enamorado. Una chica hermosa ultrajada en unas montañas de basura. Un pibe que habla moscas. Un minotauro. El detective revuelve la sopa de letras buscando la pista, el abecedario real, y lo único que lee es la palabra HUIDA. Sabe que ya no podrá escaparse nunca, que a donde vaya llevará a González Satán. Y sigue revolviendo la sopa y las palabras que se forman lo pasean por los túneles y ve duendas que se ahogan, ve a una mujer enorme acurrucada en el corazón de la humedad, ve perros muertos. Se le ocurre que González Satán es una mala genética en el trazado urbano. Pero va más lejos y aparece un barco. El barco llega a una costa pantanosa y del barco bajan unos negros desnudos de ojos colorados. Sacan sus vergas y orinan en la tierra, orinan sangre bautizando la nueva geografía. Bajan fantasmas y ratas. Bajan cadáveres frescos. Baja una vieja harapienta afilando unos dientes de pescado. En una mano tiene un ratón sin cabeza. Y con la otra, pero esto el detective no lo puede ver, agarra la mano de un chico que baja entre las  moscas.    

miércoles, 24 de agosto de 2016

78

VIVIR EN UN CAMIÓN


La señorita Chevrolet y Mariano recorren el país. La cabina del camión es su hogar. Son felices durante un tiempo. La intensidad sexual decrece y por momentos parecen amigos o, peor aún, hermanos. Deciden dejar de viajar y pasan un invierno entero perdidos en un pueblito perdido del sur. Si hubiera dependido de ella se quedaban ahí para siempre. Pero Mariano es un nómade y necesita subirse al camión otra vez. Hace unas llamadas y consigue trabajo rápidamente. Transportar cosas de un lado a otro es la excusa para no quedarse quieto. Discuten. La vida es esto o la vida es esto otro. La señorita Chevrolet evita cualquier definición. Solamente resalta que su casa estará para siempre al lado de Mariano. Se besan. Hacen el amor por última vez en ese pueblito sureño. Mariano le dice al oído palabras inentendibles que la excitan muchísimo. Esa noche la señorita soñará con animales y pirámides. Será uno de los pocos sueños que recordará toda la vida. Ya en la ruta y con el sol del desierto de frente cambian de asiento y es ella la que maneja. Algo que hacen a menudo. Mariano le manosea las tetas blandas y le mete la mano debajo de la pollera. La señorita cierra los ojos e imagina la ruta para poder manejar sin correr peligro.

sábado, 20 de agosto de 2016

77

ORATE


Analizan el cadáver del toro asesinado en las montañas de basura. El toro tiene ciertos rasgos humanos y pareció sonreír cuando lo acribillaron los policías de la única comisaría de González Satán. El detective toma notas. El toro sonriente tiene células humanas en su tejido exterior y un ADN que no corresponde en absoluto con el de los bovinos. Los científicos de González Satán sugieren prenderlo fuego y tirar las cenizas en un tacho de basura en nombre de la ciencia. El brujo Raúl está de acuerdo a condición de quedarse con el pene y los testículos por una razón que no revela. De la ciudad capital llega un obispo sentenciando que dicho toro no había existido jamás. El obispo y el brujo Raúl debaten en la soledad de una pieza durante toda la noche. Al amanecer el brujo se lleva una bolsa llena de algo de un toro inexistente. El obispo regresa por donde había venido. El paganismo y el cristianismo en paz. El detective sigue investigando. En la otra punta del ovillo la embajada de Ucrania denuncia la desaparición de un marinero desembarcado en el puerto de González Satán meses atrás. El detective recorre el puerto. Hace preguntas. Le contestan sobre un loro degollado y una prostituta de 15 años llamada Carla. Ata cabos. Se entrevista con el padre de la puta, un negro que lo recibe desnudo. Esa noche sueña  con una vieja embarrada con dientes de pescado. La vieja le dice palabras amorosas y al mismo tiempo amenazantes.         

miércoles, 17 de agosto de 2016

76

BENDITA DUENDA


Las tetitas de La Duenda se movían como aletas en el agua negra de las maldiciones y las aguas del arroyo Las Catonas. La Duenda buceaba, sin respirar, buscando una salida. Las duendas pueden respirar una vez cada diez años pero no soportan nadar en  maldiciones. La Duenda se iba poniendo azul cuando miró hacia atrás, hacia donde La Giganta se ahogaba sin remedio. Se ahogaba luchando con la maldición que le llenaba de agua los pulmones. Enredada en su pelo tentáculos patas de araña medusa. Tragando y escupiendo. Rodeada de tatuajes sin vida en esa tumba, su tumba, impensada. Las tetitas de La Duenda cambiaron rumbo, vuelven para atrás, bendita Duenda. Tetas benditas. Bendito tatuaje de las tetas de La Duenda, un ojo que brasea más allá del alcance de La Duenda. Y cuando La Giganta cierra sus ojos, el ojo tatuado mira desde ella una escalerita que la lleva a algún lugar. Bendita escalera, ojo bendito. Bendita Duenda que ahora flota, y flota, como una nube, como un barquito, como una Duenda que ahora flota saliendo por un desagüe en el arroyo Las Catonas. Y vos y una petisa la ven aparecer flotando azul, y azul es el color que toman Las Duendas ahogadas entre  maldiciones y aguas y flotan flotando lejos, muy lejos, hacia donde quieran flotar Las Duendas con tetitas como aletas que se ahogan. 

viernes, 12 de agosto de 2016

75

MALDITA HISTORIA.

Anochecía cuando La petisita tuerta vino a buscarme. La recibí en la puerta del hotel París, el mejor de los peores hoteles de blablabla. Me preguntó por qué lloraba y no supe explicarle. La petisa solamente quiere robar caballos, insultar a las estrellas, coger. Viajar en tren, coger, ser la nómada feliz. Nunca iría detrás del Junta-perros. Ni se rozaría con El dogo.

Caminamos unas cuadras, ella me hablaba de un caballo blanco que juramos robar hace mil años. Un caballo con nuestros nombres grabados en las herraduras. Nuestros nombres escribiéndose en los caminos por donde el caballo galopara. Ir detrás de la dirección de nuestros nombres. Seguirnos para encontrarnos. Eso me decía mientras caminábamos a la vera de los álamos en la rivera del arroyo Las catonas.  Las aguas y las maldiciones. Chillaban los chimangos. Maldita historia. Maldita banda de hard-rock. Dogo maldito. Entonces la vi: La Duenda, el tatuaje que habitaba la teta izquierda de La Giganta, salía flotando por un desagüe. 

jueves, 11 de agosto de 2016

74

MALDITA DUENDA

La Giganta sigue, como si fuera un satélite encorvado de este basural, apenas cabiendo en el caño. El junta-perros es solamente un sonido a la distancia. A veces la oscuridad tiene pozos de oscuridad profunda. Susurran las maldiciones del arroyo Las catonas que se empiezan a escuchar. Aguas y maldiciones. Maldito Dios. Maldito brujo. Diablo maldito. Madre maldita, padre. Hijos malditos. El amor es una maldición maldita. Él maldito, ella. Tiempo y espacio están malditos.

La Giganta avanza con el agua a la cintura, pero está tan encorvada que tiene la cabeza también en la cintura. Algunos tatuajes empiezan a ahogarse, otros escapan, traicionando. La Giganta avanza porque los héroes no tienen más remedio que avanzar. Agua maldita, túnel maldito. El pelo se le enrosca, mojado, babeante. El arroyo Las catonas sabe a tristeza. Al azúcar de la amargura. A maldiciones frescas y a maldiciones podridas. A lágrimas sucias a muerte joven. A insectos a fósiles a promesas incumplidas. A autos hundidos a caballos viejos. La duenda, el tatuaje que vive en el pecho izquierdo de La Giganta, salta y nada. Se aleja. Maldita duenda, duenda maldita.

miércoles, 10 de agosto de 2016

71

PERROS PARTIDOS


La Giganta nunca fue muy buena para esconderse. Cosa que le pasa a todos los gigantes. Pero se escondía, se mimetizaba con la basura. Adquiría formas nuevas, cambiaba su color. Se escurría. Se esfumaba. Iba detrás del Junta-perros. Se internaban más y más en las montañas de basura como un bocadillo bajando la garganta. La tarde  se iba pareciendo a un moretón perfilándose al morado de la noche. Todos los brillos eran rojizos destilando una alarma. El filo de las latas, el filo de los charcos. Estaban en el centro arterial de las montañas de basura, debajo del Aconcagua de González Satán. Basura de antaño acumulada, la basura de la basura. Los restos de todo lo que ya sobraba. Una forma de existir estando de más en el mundo. Y ahí estaba La Giganta, la parpadeante, persiguiendo al junta-perros por las cuevas. Chillan los chimangos, pájaros  de los desperdicios. Y se responden como si llevaran una clave, los números que se esconden en los pájaros. El junta-perros se introduce por el caño que desemboca a varios kilómetros en el arroyo Las Catonas, que está hecho de agua y maldiciones. La Giganta lo sigue a la distancia. Ya no se ve nada solamente los ojitos amarillos de algo. Chirría la carretilla y cruza la rata la bubónica reina del país de la rabia. La trampa del junta-perros es no esperarla. Eso lo sabemos nosotros pero La Giganta no, y entonces sigue.

viernes, 5 de agosto de 2016

73

TERNURA


Tomaron la interprovincial rumbo al amanecer. Se enamoraban a kilómetros por hora. La señorita se limpiaba la sangre de la nariz con algodoncitos que iba tirando por la ventanilla. Como dejando un rastro. Como si presintiera que al final del viaje terminaría como siempre regresando sola. La desconfianza se evaporaba a kilómetros por hora cuando llegaban a Madariaga, cuando cruzaban la rotonda, cuando se besaban a kilómetros por hora. Con la primera claridad bajaron del camión a orinar frente al océano atlántico. Una al lado del otro. Dos chorritos amarillentos cayendo en las olitas que iban a morir a sus pies. Los chorritos de meo se cruzaron como si se cruzaran los destinos. Se rieron. La señorita Chevrolet vio que la pija de ella era más grande, le calculó a ojo una diferencia de tres centímetros, por lo menos. Y eso le produjo una ternura interminable. Rodaron abrazados en la frontera del mar. Cogieron como animales anfibios. Ahogados sin ahogarse. Se penetraron, se durmieron y se despertaron justo un ratito antes de transformarse en peces.           

miércoles, 3 de agosto de 2016

72

LA SEÑORITA CHEVROLET


El detective investiga. Una madre falsa cuenta una historia verdadera acerca de un posible padre del chico de las moscas. El posible padre nació Ricardo pero fue conocido como la señorita Chevrolet, uno de los primeros travestis de González Satán. La avenida Ringo Bonavena era de tierra y escombros y la señorita Chevrolet subía a los camiones que la dejaban subir. Las tetas infladas con aceite, las piernas cepilladas. Labios fluor  recorriendo las vergas de un Scania. Hay fotos en el archivo policial. Están las cartas de amor que le escribía Mariano, un enamorado de la señorita Chevrolet. Cierta madrugada de niebla la señorita Chevrolet sube a la cabina de un camión que le hace luces y sin poder ver nada no la cogen, le hacen el amor. La acarician. La besan, cosa rara. Le abren la puerta y la dejan a la vera del camino. El camión arrastra la niebla de la felicidad rumbo a la interprovincial número 3. La señorita Chevrolet se limpia. Le duele el cuerpo como nunca, pero es el dolor más hermoso que sintió en la vida. Solamente recuerda el olor a lavanda del desodorante de ambiente de la cabina. Pasan más camiones y más pijas. Los violentos y los tristes. Le tiran piedras, la insultan. Le dicen que la aman pero le están mintiendo. La primera de las chicas que desaparece es Lidia Whiskera y no aparece nunca más. Le sigue La Mona Chita que aparece en pedacitos en los pastizales de la ruta 23. La chica Chevrolet se sabe en peligro pero siempre se supo en peligro. Por lo menos ahora tiene un sueño: encontrar a Desodorante Lavanda. Varios hombres la miran desde una camioneta estacionada. Intuye deseo y odio. Piensa que deseo y odio son palabras que pueden querer significar lo mismo. Camina hasta la otra esquina. La noche estrellada la protege. La camioneta arranca y se acerca. La noche estrellada deja de protegerla. Corre como un hombre la que siempre quiso ser mujer. Pega como un boxeador la que soñaba con ser suave. Uno de los hombres cae. Son cuatro. La señorita Chevrolet pelea como si fuera tres. La están por subir a la camioneta cuando como una estrella del cielo estrellado cae un camión. Las estrellas son arañas brillantes que se descuelgan del cielo, piensa la señorita Chevrolet sangrando en una  cabina que huele a celo, a amor, a lavanda.          

miércoles, 27 de julio de 2016

70

DETECTIVE III


La obsesión no es buena consejera. Sí es una consejera obstinada. El detective se obsesionó. Mandó cartas aquí y allá. Le respondieron afirmativamente de ciudad capital. Visitó al secretario del sindicato de comercio de González Satán. Visitó al comisario de la única comisaría de González Satán. Tuvo charlas con Raúl, un brujo influyente. Accedió a archivos privados. Recorrió juzgados. Revisó causas. El chico de las moscas en los últimos 100 años había muerto tres veces. Requisaron el registro civil. Certificados de defunciones. Desenterraron tres tumbas que hallaron vacías. Hablaron con tres madres, una epiléptica y demente, otra sordomuda y la tercera con alzheimer. Rastrillaron las montañas de basura y lo único extraño que encontraron fue a un toro extraño. Un toro que se les vino encima, furioso y cuando le dispararon pareció feliz. El toro apenas se resistió, pensó el detective. Cuando intentaban interrogar al chico de las moscas sus únicas palabras eran moscas que salían volando buscando una ventana para perderse lejos de esta historia. Las huellas dactilares del chico de las moscas correspondían con tres muertos y dos desaparecidos. Su detención era secreto de sumario. El brujo Raúl advirtió que lo liberaran. El comisario se persignó dictaminando que lo decida el juez. La cordura del detective se alejaba rápidamente de esta historia.     

jueves, 21 de julio de 2016

69

EL JUNTA-PERROS


Y un día el tren que nunca se detiene se detuvo. Porque así son las cosas. Y bajamos y nos fuimos viendo y nos fuimos juntando. Caminamos hasta donde estaban acampando los primeros nómades y nos transformamos en nómades. Y nunca entendimos qué pasó o qué fue todo eso del tren. Pero no es necesario andar entendiendo todo. Ahora éramos nómades y éstos simplemente marchan. Para delante. De una fogata a la siguiente. Y así. Hasta que una fogata sea la última. Cuando llegó el invierno, la primera noche de invierno, me dormí y cuando desperté recorría las montañas de basura con La Giganta. Hablamos del Dogo y una pieza de hospital. De un disparo en el costado. De la bruma y de unos chicos escapando en bicicleta de la policía. Hablamos del pac-man negro, su tatuaje perdido. Llegábamos al cuadrante 16 del centro de las montañas de basura cuando lo vimos: el junta-perros empujaba la carretilla en contraluz a lo lejos. Alto y flaco, vestido con harapos. El junta-perros a eso se dedica. Lo seguimos y nos acercamos. El junta-perros, dejó la carretilla y escarbó en la basura. Arrastró algo, una pata, y apareció el cadáver de un perro a la mitad. Lo subió a la carretilla y siguió su camino. Un perro muerto lo llevaba hacia el siguiente. Como una fogata conduce a la otra. Siguiendo de cerca al junta-perros por el túnel 64 del interior de las montañas de basura me desperté temblando de frío. Los nómades dormían y la hoguera se había apagado, pero eso no importaba. La Giganta estaba persiguiendo sola al junta-perros.    

viernes, 1 de julio de 2016

68

PLAGIO

¿Encontraría a la Giganta? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la calle rota, sombreando las montañas de basura, y apenas la luz de ceniza y braseros que flota sobre el asfalto me dejaba distinguir las formas, ya su silueta larga se inscribía en la avenida Ringo Bonavena, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida como un camión detenido a punto de ponerse en movimiento. Y era tan natural cruzar la calle, inventar un mundo, entrar en su órbita terrestre y acercarme a la Giganta que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita realidades o que precisa que el que se mueva sea el tren y no el anden.

Pero ella no estaría ahora en la Ringo Bonavena. Sus tatuajes cortándole la piel estarían esperando al hombre a caballo, quizá estuviera charlando con un tren o cogiendo con un espantapájaros en la habitación maldita del hotel París, el mejor de los peores hoteles de esta galaxia. De todas maneras recorrí la avenida, y la Giganta no estaba…solamente un pac-man negro, su tatuaje perdido. Lo seguí.

domingo, 26 de junio de 2016

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DESTINO
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DETECTIVE II

Sos un detective recién llegado de la ciudad capital. Es la primera vez que pisás el suelo polvoriento de González Satán. Un perro monta a otro en el medio de la plaza. Recordás una garrapata que mataste en cierto patio. Las nubes aceleran al tiempo y pasa un mes.
Un problema entre brujos. Una gallina degollada en el paredón del cementerio. Las moscas hablan un idioma que empezás a reconocer. Los chicos perdidos en las montañas de basura, semen extranjero y una oración que te ata al mundo. Una giganta y un dogo. La banda de hard-rock más fea. El hotel París a la tarde. Recordás a la garrapata que mataste ayer. Siempre hubo un patio. Siempre en algún lugar de las cosas hubo un patio. Y las nubes que pasan una cara más del tiempo. Un crimen. Una chica hermosa. Macetas ordenadas en un patio y la baba que deja el caracol una cara más del tiempo. El tren se detuvo y el andén comenzó a moverse. Cuando comprendés que tendrías que haber regresado a la ciudad capital ya es tarde.

-Si a pesar de todo intentás escapar, pasá al EPISODIO 67.          


-Si decidís quedarte en González Satán, también pasa al EPISODIO 67
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DETECTIVE I

Nuestro detective llegó hace un mes de la Ciudad Capital. Nunca sabremos quién lo contrató, ni para qué, ni cómo. Datos que la historia no reclama. Pero sí adelantaremos que el detective irá perdiendo la cordura. O, mejor dicho, irá poco a poco padeciendo los síntomas de eso que solemos llamar locura al no poder precisar mejor. Al ignorar las aventuras y desventuras de una mente que agudiza las percepciones al extremo. La historia cuenta que nuestro detective se irá volviendo loco y punto. La historia cuenta que nuestro detective llegó hace un mes de la Ciudad Capital y durante ese tiempo recorrió gran parte de González Satán, a la que describe así al comienzo de su libreta de notas:
“González Satán es un revoleo de casas grises y bajas, construidas al azar por sus propios dueños albañiles desempleados o aprendices que fue creciendo sin premeditación ni trazado municipal…”
“…un laberinto urbano de grandes proporciones…”
 “…una localidad miserable con muchísimos habitantes, con un alto índice de delitos, donde sobresalen el narcotráfico y la prostitución. Pero también el hurto y la violencia en, prácticamente, todas sus manifestaciones…”
“…es mucho el dinero circulante apostado en las peleas de perros y de gallos…se juegan a una dentellada o a un espinazo roto el sueldo del mes…ganen o pierdan se emborrachan…”
“…hay un asentamiento gigante llamado El acantilado…”
“…las montañas de basura del inmenso basurero municipal delimitan la frontera de González Satán hacia el oeste, donde comienza la llanura pampeana…”
“…los habitantes en apariencia católicos terminan consultando a brujos o curanderos o adivinos en situaciones límites…las aspirinas junto al ajo forman parte del botiquín…”
“…en muchos aspectos González Satán parece una ciudad medieval…perros hambrientos deambulan por las calles…y no hay gatos por ningún lado”
“esto parece la capital de la superstición…”

viernes, 10 de junio de 2016

65

CREPUSCULAR


El arroyo Las Catonas, que está hecho de aguas y gemidos, cruza a González Patán por la mitad como una cicatriz que habla. Las cicatrices resguardan una historia. Y merodean una verdad sin llegar a serla. El arroyo Las Catonas se pierde hacía un lado y se pierde hacía el otro. Y nosotros lo cruzamos como si fuéramos una cicatriz en movimiento. Con La Petisa somos, nos creemos, una cicatriz en el mundo. El tiempo, que todo lo cura, no cura nada. Lo sabemos y por eso amamos la velocidad de los caballos veloces. El tiempo lo único que hace es enfermarnos y la velocidad hace que todo lo demás transcurra lento. González Patán es una ciudad crepuscular y eso nos encanta. Andarla a caballo. Como si montáramos el caballo que se monta a la ciudad. La velocidad de los animales negros, le empiezo a decir a La Petisa. Y ya me mira con su único ojo, con su guiño permanente. Animales anochecidos, le digo, y ya sus manos se me van trepando al cuerpo como si yo fuera una pared. Sabanas negras, le digo, sábanas negras colgando en el patio de un burdel. A La Petisa le encanta la mala poesía. Sábanas negras colgando en el patio de un burdel movidas por el viento. Sábanas negras mojadas por la llovizna fina y ligera. Ondulando, las sábanas. Negras y mojadas las Sábanas negras. Negras y más negras, como las aguas del arroyo Las Catonas. Y gemidos.

viernes, 27 de mayo de 2016

64

EL PISO DEL MAR


Ese barco esclavista lleva a un chico. 12 años, hijo del cocinero principal. Le fascinan y aterran esos negros. Demonios terrestres, criaturas de una naturaleza extraña. El chico recorre la nave. Desciende las escaleras. Espía a los príncipes Dahomey. Es testigo del castigo que reciben. Escucha los lamentos del resto de los negros. La noche infinita del Atlántico le habla. Le susurra que baje al subsuelo. Los negros cantan en el idioma de las negras. El chico persigue al ratón fosforescente. El ratón relampaguea escaleras abajo. Brilla en el final de un mundo podrido. Al costado de la bodega, en un lodo hipnótico el chico cae en la red. La red es invisible pero real. La viejita es visible pero irreal. Así, con esos dientes de pescado. Así, con esos pelos que modulan el principio de los tiempos. El chico cae en los ojos de la vieja y caerá para siempre. Ya nunca crecerá ni morirá. Y cuando grita solamente grita moscas. El grito del chico, una mosca negra, vuela hasta la cubierta y planea sobre las aguas. Se aleja del barco. Vuela hasta que ya no puede más y después cae. La mosca se ahoga, el grito sigue gritando en el piso del mar.  

miércoles, 18 de mayo de 2016

63

ESCLAVOS


Un barco negrero del siglo XVII rumbeando hacia la América enigmática, inconquistable y conquistada. Cruzando el océano Atlántico de la historia. El Mary-Jean es una embarcación tenebrosa escoltada por las criaturas ciegas del abismo que en sus tres subsuelos lleva más de 300 esclavos. Entre ellos viajan, como momias vivas, príncipes de la tribu Dahomey. Y también caníbales de patrias prehistóricas que se  muerden y arrancan las manos para zafar de los grilletes y saltar al mar redentor. Ojitos rojos en la oscuridad total y asfixiante. Olores de un fin del mundo podrido. Respiraciones que son un idioma atragantado. Negros que mueren sin darse cuenta y son alimento para los diablos que viven en las aguas. Los príncipes Dahomey ya no son  hombres, son maldiciones, son una enfermedad, un virus que va a bordo del Mary-Jean rumbo a la América inconquistable y conquistada. En el tercer subsuelo junto a las ratas y un enorme nido de piojos viaja una vieja. Podría estar muerta. Ahogada en el lodo que en realidad la protege. Debería estar muerta a no ser que fuera inmortal. Como la rama de un árbol quemado inexistente, Nana Borokúm, viaja masticando el esqueleto de un ratón.

sábado, 14 de mayo de 2016

62

ENCUENTRO CON NANA BOROKÚM


Esa noche en Yacaré, Corrientes, hicimos nuestro rock de insomnio y edificios. Nuestra música de nervios y calles sin asfalto. De resultados a favor en canchas visitantes. De bolsas de papas apiladas como si fueran los ladrillos de nuestra civilización, bueno, eso. Estábamos debajo de una carpa gigante, de un cielo de lona nocturna y los 300 invitados llevaban túnicas por toda vestimenta. Túnicas de mierda, iguales a la de El Negro. Cuando tocábamos El blues de los caballos negros más hermosos del mundo -una canción melancólica que cuenta sobre una granja del lejano oeste, la granja del señor Hammer, a la que cada tanto acuden unos héroes de la nada a robarse los caballos- la prima ciega del brujo del templo de Nana Borokúm dejó caer la túnica y sus pezones apuntaron a Dios como retándolo. Unas piernas largas y correntinas, dos ríos hondos que dividen la ciudad. De este lado nosotros y del otro lado, ellos. Las túnicas fueron deslizándose unas tras otras hasta dejar solamente cuerpos a la intemperie de la Nana, de la abuela de la madre de la hija, de las estrellas desnudadas, de la luna expuesta en un cajón de la verdulería. Todos eran cuerpos hermosos y gordos, flacos y maravillosos, tatuajes y cicatrices, operaciones y cuchilladas, mordidas y picaduras, penes y senos colgando, pijas y conchas en erección, fluidos seres humanos derretidos formando charquitos. Lo miré a El Negro. Estaba vestido y estaba llorando. Bajé del escenario y tardé 100 días en encontrar el baño. Entonces la vi: Nana Borokúm cagando en la letrina. 

jueves, 5 de mayo de 2016

61

FAR WEST II


La granja Hammer tiene los caballos negros más hermosos del mundo. Esa es su especialidad. Por lo demás es una granja como cualquier otra. Caballos negros, parecen lustrados. Cuestan una fortuna. Son nuestra debilidad. Y la debilidad de El Negro es la señora Hammer. Y, por supuesto, la debilidad de la señora Hammer es El Negro. La señora Hammer nos deja abierta la tranquera cuando su marido, el bonachón y adinerado Marcus  Hammer, sale de cacería. Mientras El Negro y la señora Hammer inventan la pornografía, La Petisita y yo robamos un par de caballos. De esos que parecen lustrados. De esos que son un relámpago oscuro. Y damos un paseo por la campiña, cruzamos el arroyo Las Catonas, que está hecho de aguas y gemidos, y subimos la cuesta de la meseta anterior y descendemos por la posterior. Bordeamos la hilera de álamos y llegamos al cementerio apache. A La Petisa la excitan las tumbas, le gusta que los muertos la miren cuando coge. Se sube a mi caballo y me besa. Me cuenta su versión de lo que está ocurriendo. Esa que dice que los muertos nos miran cuando cogemos y son felices porque el sexo es de las pocas cosas que extrañan los ausentes. Caemos al piso y me la chupa sobre la tumba de un cacique asesinado en 1835. Un  buitre nos revolotea como si me envidiara. Las nubes aceleran formas precisas. El cacique cuchillo en mano agarra el pelo rubio, oro en ramas, sol derretido, de La Petisa y le corta la cabellera. El buitre nos cae en picada. Acabo.        

viernes, 29 de abril de 2016

60

GUERRA III

Y como el puente ya es nuestro lo cruzamos. Pasamos sobre el cuerpo del boxeador obeso que se empieza a enfriar mientras la vida se le escurre, incontenible, emigrando, cambiando de forma, dejando nada más que un cuerpo que se empieza a enfriar a la vera de un puente conquistado. Los boxeadores obesos, las rubias y los puentes siempre están en guerra. Conquistados y conquistadores. Pero son las rubias las que no envejecen nunca y este puente ahora mismo es cruzado por una forma sin forma ni peso, algo sin nombre que ahora mismo cruza el puente regresando al lugar al que regresaremos todos el día que conquisten nuestro puente, ese que nos unía con las cosas.
Y como el puente ya es nuestro lo cruzamos. Pisamos el barro, cruzamos una hilera de álamos y llegamos a una isla de basura. Basura y agua, como un pantano de los desperdicios. El sol manchado en el cielo. La tarde arqueándose en el horizonte. El Negro lleva a su araña inmensa en brazos para que no se moje, como si de un caniche se tratara. La araña duerme como si fuera un bebé. Presentimos el peligro.
Cuidado, nos dice desde algún lado el brujo sacerdote del templo de Nana Borokúm.

El chico de las moscas va adelante. Parece conocer el terreno. Parece conocer aquello que desconocemos. 

sábado, 23 de abril de 2016

59

GEOGRAFÍA

Por el velorio de La Carlita desfilan todos. Como en un cuento de hadas perverso. Todos los cuentos de hadas son perversos, me dice la petisita tuerta. Y me guiña su único ojo. El saxofonista afila su violín con notas tristes. El olor a flores que se pudren segundo a segundo es insoportable y el café está hecho de alfileres. El cajón, cerrado porque hay fotos que no es necesario ver. La Giganta me saca del lugar y damos una vuelta a la manzana, me dice que le gustaría vomitar sobre el mundo. Ir hasta la luna y vomitar al mundo desde ahí. Un caballo cruza la calle. La calle cruza la noche. La noche nos cruza a todos. Como si nosotros fuéramos pura geografía. Somos geografía, me dice La Giganta y yo la amo. Somos pura geografía inconquistable, me dice, y la pongo contra la pared y la beso. Y le cuento una versión de lo que nos está ocurriendo: esa que dice que por el velorio de La Carlita desfilaron todos, como en una historia de fantasmas. Todas las historias son de fantasmas, me dice la petisita tuerta, pegando saltitos.

El Negro está sentado rezándole a Nana Borokúm. Nana Borokúm lava la ropa en el río que se lleva las almas.    

lunes, 18 de abril de 2016

57

MARINERO IV


Esa mañana el marinero tiene dos certezas. La primera es que González Batán es la ciudad más triste del mundo, y la segunda es que está profundamente enamorado de la chica con la que estuvo en la casucha. Y estas dos certezas lo van conduciendo a una tercera, que también podría ser una incertidumbre: el amor es una niebla triste. Llovizna, porque siempre llovizna cuando el marinero se siente así. Rodeado de basura sabe que no tiene nada que perder, pero eso sí: puede perderlo todo. Tiene que encontrar a la chica. Cueste lo que cueste. Jamás tuvo un impulso tan feroz. En un espejo sucio y partido vislumbra al minotauro. Se desconoce y comienza a reconocerse. Este fue un puerto equivocado, piensa justo un segundo antes de que el minotauro empiece a pensar por él. Llueve y donde antes había un marinero melancólico ahora hay otra cosa. Llueve sobre los desperdicios del mundo y la basura florece como si la naturaleza tomara una nueva forma para sobrevivir.  

jueves, 14 de abril de 2016

56

MARINERO III


Después de vagar sin rumbo como un fantasma reciente, el marinero pasa la noche en un basural junto a unos chicos que jalan pegamento. El marinero también jala. Son tres chicos y dos chicas. Mendigos, piensa el marinero, pulgas caídas de la perra que los parió. Los chicos se divierten con las erres y las shs y las k latosas que pueden significar cosas en otro lugar pero que acá dan lo mismo que un gruñido. Uno de los chicos está rodeado de moscas. Y las moscas tienen caras y el marinero se da cuenta de lo drogado que está. Camina un poco, se aleja unos pasos, sube a un mueble quemado y entiende que el basural es inmenso, que fácilmente podría perderse. Imagina o ve al minotauro comer restos de algo y desaparecer. Vuelve a la ranchada. Los chicos están tapados, se mueven y se ríen y gimen. Las moscas los sobrevuelan como moscas que sobrevuelan a chicos que están tapados, se mueven y se ríen y gimen. El marinero ve en las moscas caras de gente que no conoce. Se duerme y sueña con que una de las chicas le baja la bragueta y se la chupa. La chica escupe el semen en una taza rota y se la da al chico de las moscas. Éste revuelve con un palito mientras dice unas palabras con los ojos cerrados. Un hechizo, una brujería, deduce el marinero. Cuando se despierta está solo. Tiene el pene afuera de la bragueta y una mordida de dientes chiquitos en el glande. Ya es de día y parece que va a llover.    

sábado, 2 de abril de 2016

55

MARINERO II

El marinero sigue caminando sin rumbo. Todos los puertos se parecen, piensa. Pero no hay ciudad igual a otra. Vomita y se limpia con la manga. Recuerda el cuerpo de la chica. Vuelven a su mente los ruidos de la noche junto a ella. La cama maltrecha, ladridos. El loro cantando una canción bastante triste. La chica hablándole al oído. Como si lo amenazara. La risa de la chica, infantil. Lasciva. Un auto que se acerca. Que estaciona. Las puertas del auto se abren y cierran. Voces masculinas. Una música horrible. La risa del loro.
Las tetas sin peso de la chica ensalivadas, cubiertas con un manojo de k latosas. En la lengua, como si llevara un piercing, unas erres colgando. Unas shs en las partes del cuerpo que la chica se lava ni bien el marinero duerme.

Lo dicho: el amanecer y un loro degollado. Una patria que lo desconoce. Ningún lugar para volver. Un loro degollado. Una patria. Un loro. Vuelve a vomitar.     

sábado, 26 de marzo de 2016

54

SCI-FI II


El tren que nunca se detiene cruza la noche. Como si la noche fuera una cortina. Van pasando por la ventanilla las fogatas donde acampan los nómades. Las llamas ondulan alumbrándolos y alcanzo a ver a una mujer, bajita y tuerta. Junto a ella un hombre igual a mí. Escucho el gruñido de un perro. Me doy vuelta y un dogo enorme y rabioso me está acechando. Corro por el pasillo del tren y siento que el dogo acorta la distancia. Una pesadilla: las piernas me pesan, el vértigo, la angustia. Pero el dogo, que en cualquier otra ocasión ya me hubiera destrozado, no consigue alcanzarme. Jadea y gruñe detrás. Galopa. El tren se mece como una cuna de hierro. Pierdo el equilibrio y caigo contra unos asientos. Cierro los ojos porque, supongo, es mejor así. Y espero. Me incorporo y el dogo está tirado en el pasillo metros atrás. Cuando me acerco veo que tiene un ¿tiro? en el costado. Nunca se escuchó el disparo. El perro blanco está herido y no pienso en matarlo, solamente en alejarme de ahí. El dogo se arrastra por el pasillo, baboso, mostrando los dientes de un velociraptor. Tan blanco que fosforece, una osamenta destellando cada vez más lejos. Corro lo suficiente. Pienso que las causas y las consecuencias de todo esto son difusas. En la puerta de un camarote hay una manzana verde, con un mordisco. La agarro y pruebo. Entro al camarote y diviso a La Giganta desnuda y dormida. Hace apenas segundos me quería matar un dogo. Sonrío y me tiro de cabeza. 

martes, 22 de marzo de 2016

53

MARINERO

El marinero, borracho, avanza como si trepara por la noche. Como si la noche fuera un árbol. Habla con gente y con cosas que parecen gente. Interpreta al viento. Escucha el romper de las olas más allá de la casucha de chapas donde bebe rodeado de animales y mujeres. Un loro dice algo sin sentido y el marinero sabe que debe irse. Cuando sale al patio se enamora súbitamente de una chica a la que ve por primera vez. La chica lo mira y entra en la casucha. Él la sigue. Adentro ya no hay nadie. Se besan. El marinero juntando un manojo de erres y k latosas y shs le pregunta cuántos años tiene. 11 contesta ella mirándolo a los ojos. Desde algún lado el loro cuenta un chiste.

El marinero abandona la casucha al amanecer. Vomita en la vereda, junto al loro degollado. Camina sin rumbo por una patria que lo desconoce.  

lunes, 21 de marzo de 2016

52

FRAGMENTOS

…durante 5 noches, al empezar el invierno, González Batán tiene mar. La ciudad se transforma en una ciudad portuaria, así como si nada. Pasadas las 5 noches el agua se repliega y emerge la llanura nuevamente. Así, como si nada.
Durante esas 5 noches anclan en sus costas diversas embarcaciones. Barcos petroleros, cruceros, naves insignias de otras patrias y demás. Suelen quedarse en puerto 3 noches y partir celosamente porque saben que el mar está de pasada en este sitio remoto del globo. Una de esas noches un marinero, igual a otros tantos marineros, es arrastrado por la sed, de bar en bar, como si estuviera subiendo niveles de un video-game etílico. El marinero, gran jugador, pasa las pantallas diestramente. Pero esta ciudad no es sopa y lo deja hacer. Cantinas y bares, parrillas, fondas, cabarutes. El marinero sabe el idioma pero unas erres y unas k latosas y unas shs le enrarecen el discurso...   

…en esta historia también aparece un detective. Un investigador melancólico de saco raído. Canoso. Barba de 6 días hábiles. Panza. Tos. Lleva una libreta donde apunta datos, direcciones, ideas, hipótesis. Por ejemplo podemos leer que hace unos días escribió: “el pibe de las moscas no sé si es un idiota o se hace”  

La Giganta se pierde todo el tiempo. Ya sea en un tren que jamás se detendrá o en el lejano oeste. En nuestro realismo sucio o en nuestro realismo mágico. Siempre se pierde La Giganta. Persiguiendo a una araña diminuta como si fuera detrás de una ironía. O más oscura que la peste oscura de una guerra medieval…     


…podemos oír el ruido de un tiempo y un espacio que se rompe...

martes, 15 de marzo de 2016

51

MINOTAURO

Volando bajo pasan los camiones por la Ringo Bonavena. La avenida de los camiones que nunca se detienen. Quiero que las cosas permanezcan simples por un rato. Que una cosa sea una cosa, aunque nunca una cosa es simplemente esa cosa. Y así pasan la F100 chocada hace diez años; el Scania 111 distante rey de esta selva; los acoplados, los semis, el Citroen mutante. Así pasan rumbo Norte-Sur tras una estrella que también está de paso. La avenida se hunde en la tierra y el asfalto se agrieta y los transportes que unen la noche y el camino y una dirección y la otra como si con un hilo invisible estuvieran zurciendo esta geografía rota.  
Algún otro animal, La Carlita, la quinta hija de El negro con su segunda mujer, la reina del gang bang, viene cruzando. Como si estuviera viva. Como si nunca hubiera aparecido flotando en las montañas de basura. Siniestra y hermosa. Con rastros de un semen enfermo, con mordidas en los pezones y en los labios. Con el pelo una medusa morocha ardiendo entre los desperdicios, con la mini subida a la cintura con la tanguita fucsia baja. Alimento balanceado para el monstruo. Fast-food para el minotauro que jadea y resopla y se esconde y aparece. Encontraron a un chico sentado en una lata junto a ella. Y muchas moscas, raras, raras hasta para que estén merodeando un cadáver en las montañas de basura.

Y la Carlita pasa, linda, como si estuviera viva, desfilando por la Ringo Bonavena. Esta pasarela de piedra gris y agua estancada y luceríos como una aparición fuera de moda.  Y El Negro no la ve porque sin que lo sepamos alguien nos cuida y nos oculta los fantasmas. 

viernes, 11 de marzo de 2016

50

GUERRA II

Este puente es mío y ya estoy cansado de perder, dice el boxeador obeso esgrimiendo un palo en la otra punta del puente. Tiene puesto un pantaloncito rojo y la panza le desborda, incontenible. 150 kilos que se resisten a ser derrotados otra vez. El puente nos separa pero también nos une. Y me gustaría que el boxeador ganara. Pero el brujo sacerdote del templo de Nana Borokúm se comunica diciendo que dejemos de desperdiciar  tiempo, que estamos en la guerra y que ese puente debe ser nuestro antes del anochecer. Pobre gordo, pienso. Otra baja colateral. Solamente defiende ese puente para que una rubia lo vuelva a querer. Esta es la historia de la humanidad. Imagino al boxeador, retirado, manejando el taxi de la tristeza y la desesperanza. Escuchando una radio que solamente da malas noticias. Lo imagino recorriendo un municipio desértico. El conurbano de la resignación. La foto de la rubia en la guantera y  pasajeros trasgos respirándole en la nuca. Un juego de guantes de box en miniatura colgando, rojos, del espejo retrovisor como una sonrisa hecha de colmillos.    

Nos miramos entre nosotros (me refiero a El Negro, El Bizco y El Saxofonista) y nos damos cuenta de que un chico nuevo nos acompaña. El chico nuevo está rodeado de moscas. Dudo un segundo. El chico nuevo, no. Saca la pistola y dispara. El boxeador obeso cae al río noqueado para siempre. No hace falta contarle hasta 10. Ninguna rubia llora en algún lugar del mundo. Y como el puente ya es nuestro lo cruzamos. 

miércoles, 9 de marzo de 2016

49

MOSCAS


Llegamos a Yacaré, Corrientes, a la tarde. Un lindo poblado, bordeando los esteros. Nos recibió un gentío que iba y venía por un parquecito de diversiones. La calesita giraba lenta como una ruleta empastillada. Cinco o seis cerdos en un chiquero y un corral vacío. Dejamos el Dodge 1500 bajo un árbol artrítico y recorrimos el lugar. Nos llamó la atención un chico esparciendo moscas para alimentar a las gallinas. Estas se arremolinaban pegando saltitos, vuelos cortos, para atraparlas con el pico. El chico se divertía, las gallinas no tanto y las moscas decididamente no. Las moscas tenían ciertos rasgos humanos. Parecían pequeñas y oscuras caritas con alas. Más allá del detalle todo era tan normal que aburría. El chico se sumó, sin decir palabra, a nuestro grupo y seguimos la marcha. Nos había costado más de la cuenta llegar a destino y estábamos agotados. Esa misma noche teníamos que tocar en el casamiento de la hermana ciega del brujo sacerdote del templo Nana Borokúm. El brujo dejó de sonreír cuando nos dijo que estábamos en guerra. El chico nuevo parecía saber más de lo que aparentaba.     

lunes, 7 de marzo de 2016

48

TAXI

El asunto era moverse. Una depresión añeja me había conducido hasta esta depresión actual, como si un taxi me hubiera dejado en otro taxi. Uno reluciente y gastado, con un chofer gordo, con cara de boxeador, que solamente da malas noticias y una radio apestosa donde River pierde 2 a 1 para siempre.

Así iba yo, dejando esquinas atrás como si de estados de ánimo se trataran. González Satán fluía, un torbellino de casas bajas desparramadas aquí y allá, rutas para irse  que se alargaban en el tiempo y la trampa mortal de buscar algo para hacer en algún lugar. El mediodía era una encrucijada. Había dejado mi pieza en el hotel París, el mejor de los peores hoteles de este mundo, y me quedaba medio día por delante. Extrañaba a las Momias y su hard-rock lastimero. Extrañaba a La Giganta. Nos habíamos ido cayendo desde un bolsillo roto y estábamos perdidos. Las nubes eran fotos que alguien iba editando, el cielo es un espectáculo gratuito. Cuando me di cuenta una araña me llevaba de la mano. Fumamos un cigarrillo cruzando el descampado. La negrita culona me contaba de una tela que tuvo que abandonar años atrás en el paredón de los ferrocarriles, de una araña amada y odiada con la que sueña las noches de tormenta. Me dijo que el destino era todo lo hecho en el pasado. El resultado depende del partido, me dijo con la voz del brujo del templo de Nana Borokúm. Un dodge 1500 me cruzó el cerebro. Me sentí en un viaje quieto. Un zumbido sin la mosca.   

jueves, 3 de marzo de 2016

47

ATARDECERES Y TORNADOS


Regresamos a la fogata, La Petisa y yo. Soñábamos ser los ladrones de caballos más famosos de González Patán. Ir de hacienda en hacienda, saqueando las caballerizas porque sí. Para ver en libertad lo que segundos antes estaba en cautiverio. Le decía esto y La Petisa se excitaba. Sexo garantizado. A mí los caballos nunca me importaron. Ni la libertad. La libertad solamente sirve para ponerla a prueba, le decía a La Petisa y ya la tenía colgando de la bragueta. Divina. Me la chupaba mirándome con el único ojo que le quedaba. Un guiño de ojo permanente. Esa lengua era lo más cercano al lenguaje que pudiera describir a las pecosas. El Saxofonista nos convidó batatas asadas mientras El Negro hacía nuditos en su túnica, de mierda, como si estuviera prometiendo algo en otro lugar. Éramos el terror de las granjas de los alrededores. Desolamos la granja Hammer. Asaltamos la granja del mexicano Gómez. Soltábamos a los caballos, incendiábamos graneros, El Negro violaba a mujeres que amenazaban con denunciarlo si no regresaba pronto. También hacíamos nuestra música de atardeceres y tornados, de búfalos y lobos, de corrales y riñas de gallos. De chicas que se tragaban al viento. De llanuras que se tragaban a los hombres. De tabaco masticado y escupido como una mancha tatuando indeleble la corteza del planeta. La tierra de repente empezó a vibrar y escuchamos el traqueteo del tren que se aproximaba. Estábamos pegados a las vías. Pasó una formación extraña lamida por las llamas. Alcancé a ver dos cosas: un hombre muy parecido a mí. Y después, en el siguiente vagón, a un perro. Un perro blanco de los grandes que, con unos ojos enrojecidos pegados a la ventanilla, también me miraba. 

lunes, 29 de febrero de 2016

46

YACARÉ

Yacaré, Corrientes, era un poblado fantasma. Una aldea en ruinas asediada por  pantanos y todas calles, barrosas, dando a una ciénaga. Las casitas mudas igual que la plaza principal. La iglesia desmoronada con la mitad del campanario hundido en el  fango. Dejamos el Dodge 1500 bajo un árbol artrítico y ensimismados recorrimos el lugar. El brujo nos guiaba. Parecía aturdido. Como si estuviera buscando explicaciones en un sueño soñado hacía un millón de años. Cada tanto aparecían huellas desconocidas, profundas, afiladas. Exclusividades de esta patria, de este polo magnético de Nana Borokúm. Vimos un yacaré azulado haraganear bajo un arbusto. El brujo se le acercó e intercambiaron opiniones. Hicimos una fogata pegada a unas vías y nos dispusimos a pasar la noche. El Negro, inquieto, miraba de reojo al yacaré. El Bizco tocaba una canción gitana en la guitarra y El Saxofonista cocinaba unas batatas. Con La Giganta fuimos a dar una vuelta. Caminamos en silencio, de la mano. A salvo de todo ¿pero a salvo de qué?      

Detrás y al fondo de muchas cosas, en la oscuridad total que permanece cuando ya no queda nada, vimos a una tortuga gigante. Reconocimos a la tortuga que sostiene al mundo. Descansaba respirando quieta en la penumbra. Y supimos que hay momentos en que al mundo no lo sostiene nadie.  

viernes, 26 de febrero de 2016

45

EL TALÓN DEL BIZCO

Lo primero que le preguntamos fue para qué corno se había comprado un talón si él ya tenía los dos suyos. Contestó que quería ese talón. El de Aquiles.
Entonces argumentamos que adquirir el talón del héroe griego es adquirir un punto débil. Y encima ajeno, porque el talón de Aquiles es el punto débil de Aquiles y no de El Bizco. El Bizco, en tal caso, tendría que buscar su propia flaqueza personal ya sea empeine,  hombro o rodilla. O bien: insomnio, paranoia o mala fortuna. Se lo quedó pensando un poco y al fin dijo que él quería la flaqueza personal de Aquiles. Le dijimos que en honor a la verdad ese talón podría ser de un pescador o de un albañil, después de todo los gitanos son unos estafadores. A El Bizco eso no le importaba. Para él era el talón de Aquiles porque había pagado por el talón de Aquiles.
¿Y dónde lo vas a poner? 
En la mesita de luz. Así lo veo apenas me despierto. Un talón simbolizando un punto débil. Es el primer paso para entender que los seres humanos entonces somos puro talón.

Era una linda nochecita de otoño en González Satán y los camiones pasaban llevando y trayendo cosas. Las montañas de basura, al fondo, humeaban más de lo habitual y El Bizco tenía una teoría. Y tres talones.

lunes, 22 de febrero de 2016

viernes, 19 de febrero de 2016

43

ZAIRE MONOBLOCK


Íbamos a buscar respuestas al Zaire monoblock. Un complejo habitacional titánico construido años atrás por un gobierno popular, ahora en desuso por peligro de derrumbe. Íbamos a buscar respuestas similares a preguntas torcidas, a definiciones oblicuas, a puntos suspensivos que incluyeran una explicación. Eran diez pisos de peligrosidad y tristeza. Eran diez pisos, cuatro nudos, un pantano derivando en las montañas de basura y un arroyo entubado y desentubado, a cielo abierto, espejeando la noche miserable y bella, oliendo a animales muertos y a peces inexistentes. Íbamos, pero iba yo solo, pero siempre íbamos. El brujo nos conducía desde una guerra anterior, perdido en la maleza. Y cruzamos la puerta de entrada y una sirena muda se disparó denunciándonos. Desde el subsuelo se desprendía un vaho que delataba a un zoológico en estado terminal. La penumbra perpetuaba humedades del otoño largo, sulfatado. Una enredadera se extendía tumoral desde el hueco del ascensor y recorría la arquitectura levantando la losa y agrietando los cimientos. Una metástasis de la naturaleza resentida que tarde o temprano devoraría esta capital, esta embajada de todo lo fallido. Un paredón decía algo sobre personas que desconocíamos. Prometía una venganza. Avanzábamos lentamente como si fuéramos una oración dicha sin prisa. Al fondo del corredor principal, un patio y un niño esparciendo puñados de moscas para alimentar a las gallinas. Una maldición que actuará mil años. Doblamos por un recodo y leímos en  un cartel rutero: BIENVENIDOS A YACARÉ, CORRIENTES. Al fin, pensé. Había sido un viaje largo.

sábado, 6 de febrero de 2016

42

SCI-FI

Lo poco que sabíamos era que el tren no se detendría nunca y que marcharía a una velocidad constante. Y que era un experimento científico en el cual accedimos a participar. Éramos, lo que se dice, ratones de laboratorio. Nos inyectaron algo en el brazo antes de subir, nos dieron las últimas indicaciones y hasta pronto. No teníamos nada que perder y, tal vez, pudiéramos ganar algo. No sé, el peso de una experiencia. Ser los primeros hombres en el mundo a los que les ocurrió tal o cual cosa. Por lo pronto siempre me gustó viajar en tren.
Con La Giganta recorríamos los vagones sin llegar jamás a uno de los extremos. Parecía ser una formación infinita. Dormíamos donde nos daba la gana y cogíamos donde nos daba la gana. A mí me gustaba en un camarote amplio frente a una ventanilla que mostraba campos y ciudades, amaneceres y atardeceres. Sucesivos. Discontinuados.     
Una vez pasamos, bordeando unas montañas de basura, entre el humo, por un lugar reconocible. Vimos un auto estacionado con una pareja haciendo el amor. Esas imágenes, si bien tenían el peso de un recuerdo, eran como de una memoria ajena. Era como si alguien nos hubiera contado algo y lo hubiéramos hecho propio. Recordábamos cosas nunca vividas. Pasaba el tiempo. Encaramos una llanura interminable. Por la noche la oscuridad era total salvo por unas fogatas esparcidas con la silueta de personas alrededor. Supuse que eran nómades acampando. Había perdido a La Giganta y buscándola me crucé con un negro desnudo. Claramente un mal negocio. Nos miramos afectuosos y seguimos cada uno su camino. Me quedé con la sensación de haber cruzado a un hermano. Un desconocido hermano negro. Seguí avanzando, muchas horas. Fue oscureciendo y solamente iluminaban algo las hogueras que aparecían intermitentemente. Estaban cada vez más cerca de las vías. Me arrimé a una ventanilla y pude sentir el calor de las llamas. Vi de pasada a una petisa que me miró con un solo ojo. Vi a alguien que se parecía mucho a mí. En eso estaba cuando desde el vagón contiguo escuché el gruñido de un perro. 

sábado, 30 de enero de 2016

41

LA GUERRA

Parece que en esta guerra siempre llueve. Comparto la trinchera con un negro, al que le encanta desnudarse, un bizco y un saxofonista. Todos le salvamos la vida al otro con el correr de las escaramuzas. Hace días estamos aislados del resto de la avanzada. Nuestro teniente, un tipo parecido a un brujo de otro tiempo, desapareció en la maleza y nunca regresó. Cada tanto lo sueño dándome indicaciones, gestualmente, como si fuera un mudo. O como si cerca de él hubiera alguien que pudiera escucharlo y no debiera. Lo último que me ordenó fue que tomáramos el puente esta misma noche. Sí o sí. Se lo comuniqué a mis compañeros. El puente conducía a una isla cruzando un canal. Caía la tarde como un boxeador obeso y el juez contó hasta mil. Nos pusimos en camino. Somos los soldados más pobres de esta guerra inentendible. Somos soldados y no es necesario que entendamos sino que obedezcamos ¿Pero quién es solamente una cosa? Lo miro a El Bizco. Hace algo raro con los dedos de las manos. El monólogo de un sordomudo. Lo miro a El Negro que mordisquea una raíz mientras sostiene un hilo con el que le ató una de las ocho patas a una araña inmensa. La lleva como si fuera un perrito. El Saxofonista camina adelante despuntando con el violín la maleza. No hay alternativa: nuestro ejército necesariamente debería perder esta guerra. Reconocer a nuestro enemigo es muy fácil: cualquiera que se nos cruce. Tenemos dos misiones: tomar el puente y permanecer con vida.
Llegamos al puente junto a un amanecer que se despierta como un boxeador obeso en la cama de un hospital. Y pregunta por qué todo le duele tanto y piensa en cambiar de profesión. Una mujer rubia entra en la habitación y lo mira como si ya no lo quisiera.              

El puente colgante, hecho con maderitas, se recorta en contraluz. Comenzamos a cruzarlo. El boxeador cierra los ojos, agarra un palo, largo y pesado, y apareciendo gigantesco en la otra punta nos dice: este puente es mío y ya estoy cansado de perder. 

lunes, 25 de enero de 2016

40

YO ESTUVE CON LA REINA DEL GANG-BANG


Les cuento un secreto: yo fui uno de los 97 tipos que estuvo con la reina del gang-bang. Si algún día ven la película soy el número 43. Ese que mientras espera su turno dice que su sueño es tener una banda de hard-rock y que le sucedan cosas alucinantes. Me voy sacando la camisa y el jean, las medias. Una productora me da una pastilla y un vaso de agua y me baja el calzoncillo. Esta parte no se ve en la película. La productora me agarra los huevos y dándome una palmada en el culo me dice que suba al escenario. Esta mujer hace muy bien su trabajo, pienso, al tiempo que la erección es total. Camino por la cama gigantesca. La reina del gang-bang, en cuatro, se la chupa a un pelirrojo mientras un cristiano, desde abajo, se la mete por la concha. No quedan dudas sobre lo que tengo que hacer. Entro. La reina del gang-bang está haciendo deporte. Lo miro al pelirrojo y estoy a punto de preguntarle cómo anda. Tenemos prohibido hablar. Acabo en 4 minutos y medio. Fue como haber estado con una maquina o un animal o, bueno, perdón por la comparación, fue como haber estado con el mar. Me dieron 500 pesos, brindamos y a otra cosa. Nunca se lo conté a El Negro y espero que ninguno de ustedes lo haga… ¿Para qué? 

lunes, 18 de enero de 2016

39

FAR WEST

La noche del desierto nos recibe magnética, imantada. Hace ya tres días cruzamos el  Río Bravo y cuando amanezca, si los cálculos no fallan, nuestra carreta llegará a González Patán, Texas. Beso la boca de La petisa contándole esta versión de lo que nos está ocurriendo. Somos Los Mohicanos y tenemos que tocar el jueves en El Riñón, el cabaret de las pecosas. Las pecosas son tres hermanas pecosas. Son las tres putas más lindas del universo. Estar con ellas cuesta un ojo de la cara. González Patán tiene, según el último censo, un 40% de su población masculina tuerta. Tuerta y feliz. El Negro le da a las riendas, el tiempo se acelera y estamos en nuestra habitación del primer piso del cabaret. El Bizco duerme, El Saxofonista limpia su instrumento: un violín. El Negro, en bolas, plancha su túnica. Una túnica blanca, de mierda, que siempre se pone. Y yo miro a La Petisa que está mirando a El Negro mientras pinta sus uñas de verde. Con nosotros vino también un brujo, pero no queda claro para qué. Optamos por no prestarle atención y él hace lo mismo con nosotros. Pasamos la tarde como moscas pegadas a un vidrio. Se hace de noche y antes de salir al escenario La Petisa me dice que si termino la noche con un ojo menos me pega un tiro. Me muestra la pistola. La chupa con la punta de la lengua. Qué petisa divina.
El salón está en completa oscuridad salvo el escenario que está iluminado por unas luces rojas, amarillas. Nos presenta un tipo gordo y tuerto. Y ahí nomás empezamos con nuestras rancheras. Canto sobre el viento de la llanura. Sobre un espíritu. Sobre el  destino con forma de araña culona. La gente aplaude y baila. En el intervalo me acerco a la barra y un parroquiano, al que le faltan los dos ojos, me invita un trago. Me dice que el gran problema de su vida fue haber tenido dos ojos nomás. Y que las pecosas sean  tres. Le pregunto si realmente valió la pena. Me dice que sí. Que ahora simplemente espera que le crezca un ojo en algún lado, me dice y larga una carcajada. El ciego feliz. Pienso en el tercer ojo, el de la sabiduría. Me recorre un escalofrío cuando veo a una mujer altísima subir las escaleras, seguida por un perro blanco, rumbo a las habitaciones. Algo mareado trepo al escenario y terminamos nuestro show. El Negro se desnuda y alguien tira un tiro y las putas exclaman como si hubieran visto a Cristo. A Cristo desnudo. Después de eso cada uno busca su aventura. A las pecosas no las voy a describir porque con el lenguaje no se puede.    
Fue una noche rara. Lo poco que recuerdo es que, sin motivo aparente, le pegué un tiro al perro blanco que había visto subir junto a la mujer altísima. Un tiro en el costado.

Al amanecer huíamos de González Patán. Después de aquel viaje a La Petisa también le decimos La Tuerta.

viernes, 15 de enero de 2016

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UNA VIDA MÁS

La noche de los pantanos nos recibe de golpe, grumosa. Una realidad fijada en el lodo, en las aguas sólidas respirando a los costados. Beso la boca de La giganta contándole una versión de lo que nos está ocurriendo. Esa en donde El bizco se ofrece a manejar y le digo que no, que mejor no, que mejor siga haciendo esos movimientos raros con los dedos. Con el Dodge bien despierto agarramos la curva de las ovejas que nos miran pasar como si ya nos conocieran.
Mientras se escabulle en la guantera, la negra culona me saca la lengua.

Llegamos a Yacaré, Corrientes, con una vida menos. Pero eso sí: con una vida más.

viernes, 8 de enero de 2016

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DEAD


Con El bizco al volante cruzamos la llanura. Es mediodía, hace calor y todos duermen. Incluyendo a El bizco. La curva nos esquiva y el Dodge sigue de largo. A los tropezones, rebotando como una pelota de basket, se mete a toda marcha entre el ganado. Una oveja traspasa el parabrisas y aplasta la cabeza del brujo. El negro se muere enroscado en la túnica, semidesnudo y Nana Borokúm lo espera, ansiosa, hambrienta, en el infierno. La giganta muere de a poco, como si estuviera soltando lentamente, a disgusto, algo. El pelo en la cara. El cuello roto. El saxofonista salió disparado por la ventanilla y ahora es un muñeco enredado en los cardos. En unas horas vendrá un pájaro negro y le comerá los ojos. Pero eso no puedo saberlo porque ya estaré muerto para entonces. El sueño de Las momias triturado en un Dodge entre el ganado ovino. ¿Qué mal le hicimos al mundo? Si solamente éramos una pequeña banda de hard-rock. No nos merecíamos este final. Pero la pradera no discrimina a los buenos de los malos. La tierra no tiene contemplación. El bizco está maldito. Se me entrecierran los ojos cuando veo a mi araña, la negrita culona, salir del auto. Se aleja bajo el sol a esconderse en un agujero. Por la noche cenará bichitos provincianos. Una lágrima se me traba en el ojo y cuando empiezo a morir veo que estamos nuevamente en carrera cruzando el puente de Zárate. Como si fuera un juego y hubiéramos retrocedido cien  casilleros. Esto es joda, pienso antes que vos. Pero estoy contento. La muerte nunca es una opción.

miércoles, 6 de enero de 2016

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AJEDREZ

Lo que había empezado como una defensa siciliana, termina en un atraco, en una carnicería, en un robémonos el fuego. No paraba de llover por la banda lateral y los peones se arrastraban en el barro. Una pieza centralizada ilumina, desconocida, bajo el único árbol del tablero. Uno artrítico, en contraluz. Enfermo. Ninguna guerra fue más triste. La Reina deja caer su ropa. Así y todo ninguna guerra fue más triste. Un alfil negro apaga el cigarrillo con los dedos. Y El Rey, el medieval, el Dios chiquito, sigue el rastro de la ropa por el piso hasta la alcoba. Las piernas de La Reina son dos ríos hondos. Una torre se desmorona y varios peones blancos mueren aplastados. Otro caballo agonizante. La Reina va desvistiendo a El Rey, quien tiene todo lo necesario para serlo. Cuando le agarra la pija, La Reina se transforma en rey por un segundo. Cruza la rata, la sombra bubónica, los salones internos de la fortaleza…

…y así siguen hablando los tatuajes en la espalda de La giganta, bajo la ducha. Le paso el jabón por la nuca cuando se levanta el pelo. Nada mejor que ducharse en un baño desconocido. Nada mejor que bañar a La giganta en un hotelcito rutero. Nada mejor que estar acá y encontrarme a mí mismo en los dibujos. Verme en esa guerra ajena, en ese reino que cae mientras sus reyes cogen: soy ese, ¿no ven? el que está meando, impávido, sobre una de las murallas externas del castillo.         

lunes, 4 de enero de 2016

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EL LUGAR EXTRAÑO


Era un viaje largo hasta el Yacaré correntino (tengan en cuenta que esto ocurrió hace algún tiempo que no especificaré. Es lindo no saber cuándo pasaron las cosas) y tuvimos que hacer noche en un punto ciego del mapa. No era ni Entre Ríos ni Corrientes. Una zona de potestad indefinible. Un hotel, una habitación para todos. Una cena y un desayuno. Grillos, llantos de un bebé, gallos. Un lugar extraño. Salgo a dar una vuelta por la noche. A perderme en la oscuridad colgando de la mano de La giganta, como un barrilete a ras del suelo. Tres casuchas bordeando la plaza. Una capilla dedicada a la virgen del hambre. La ruta, puntos suspensivos. Monte. Senderitos. Las ranas mezclándose con las estrellas. Este lugar no existe, pienso y La giganta ya no está. Detrás de mí presiento al velociraptor. Lo veo. No me presta la más mínima atención.  Está pastando, como una vaca. Simplemente hermoso bajo esta luna.