miércoles, 24 de agosto de 2016

78

VIVIR EN UN CAMIÓN


La señorita Chevrolet y Mariano recorren el país. La cabina del camión es su hogar. Son felices durante un tiempo. La intensidad sexual decrece y por momentos parecen amigos o, peor aún, hermanos. Deciden dejar de viajar y pasan un invierno entero perdidos en un pueblito perdido del sur. Si hubiera dependido de ella se quedaban ahí para siempre. Pero Mariano es un nómade y necesita subirse al camión otra vez. Hace unas llamadas y consigue trabajo rápidamente. Transportar cosas de un lado a otro es la excusa para no quedarse quieto. Discuten. La vida es esto o la vida es esto otro. La señorita Chevrolet evita cualquier definición. Solamente resalta que su casa estará para siempre al lado de Mariano. Se besan. Hacen el amor por última vez en ese pueblito sureño. Mariano le dice al oído palabras inentendibles que la excitan muchísimo. Esa noche la señorita soñará con animales y pirámides. Será uno de los pocos sueños que recordará toda la vida. Ya en la ruta y con el sol del desierto de frente cambian de asiento y es ella la que maneja. Algo que hacen a menudo. Mariano le manosea las tetas blandas y le mete la mano debajo de la pollera. La señorita cierra los ojos e imagina la ruta para poder manejar sin correr peligro.

sábado, 20 de agosto de 2016

77

ORATE


Analizan el cadáver del toro asesinado en las montañas de basura. El toro tiene ciertos rasgos humanos y pareció sonreír cuando lo acribillaron los policías de la única comisaría de González Satán. El detective toma notas. El toro sonriente tiene células humanas en su tejido exterior y un ADN que no corresponde en absoluto con el de los bovinos. Los científicos de González Satán sugieren prenderlo fuego y tirar las cenizas en un tacho de basura en nombre de la ciencia. El brujo Raúl está de acuerdo a condición de quedarse con el pene y los testículos por una razón que no revela. De la ciudad capital llega un obispo sentenciando que dicho toro no había existido jamás. El obispo y el brujo Raúl debaten en la soledad de una pieza durante toda la noche. Al amanecer el brujo se lleva una bolsa llena de algo de un toro inexistente. El obispo regresa por donde había venido. El paganismo y el cristianismo en paz. El detective sigue investigando. En la otra punta del ovillo la embajada de Ucrania denuncia la desaparición de un marinero desembarcado en el puerto de González Satán meses atrás. El detective recorre el puerto. Hace preguntas. Le contestan sobre un loro degollado y una prostituta de 15 años llamada Carla. Ata cabos. Se entrevista con el padre de la puta, un negro que lo recibe desnudo. Esa noche sueña  con una vieja embarrada con dientes de pescado. La vieja le dice palabras amorosas y al mismo tiempo amenazantes.         

miércoles, 17 de agosto de 2016

76

BENDITA DUENDA


Las tetitas de La Duenda se movían como aletas en el agua negra de las maldiciones y las aguas del arroyo Las Catonas. La Duenda buceaba, sin respirar, buscando una salida. Las duendas pueden respirar una vez cada diez años pero no soportan nadar en  maldiciones. La Duenda se iba poniendo azul cuando miró hacia atrás, hacia donde La Giganta se ahogaba sin remedio. Se ahogaba luchando con la maldición que le llenaba de agua los pulmones. Enredada en su pelo tentáculos patas de araña medusa. Tragando y escupiendo. Rodeada de tatuajes sin vida en esa tumba, su tumba, impensada. Las tetitas de La Duenda cambiaron rumbo, vuelven para atrás, bendita Duenda. Tetas benditas. Bendito tatuaje de las tetas de La Duenda, un ojo que brasea más allá del alcance de La Duenda. Y cuando La Giganta cierra sus ojos, el ojo tatuado mira desde ella una escalerita que la lleva a algún lugar. Bendita escalera, ojo bendito. Bendita Duenda que ahora flota, y flota, como una nube, como un barquito, como una Duenda que ahora flota saliendo por un desagüe en el arroyo Las Catonas. Y vos y una petisa la ven aparecer flotando azul, y azul es el color que toman Las Duendas ahogadas entre  maldiciones y aguas y flotan flotando lejos, muy lejos, hacia donde quieran flotar Las Duendas con tetitas como aletas que se ahogan. 

viernes, 12 de agosto de 2016

75

MALDITA HISTORIA.

Anochecía cuando La petisita tuerta vino a buscarme. La recibí en la puerta del hotel París, el mejor de los peores hoteles de blablabla. Me preguntó por qué lloraba y no supe explicarle. La petisa solamente quiere robar caballos, insultar a las estrellas, coger. Viajar en tren, coger, ser la nómada feliz. Nunca iría detrás del Junta-perros. Ni se rozaría con El dogo.

Caminamos unas cuadras, ella me hablaba de un caballo blanco que juramos robar hace mil años. Un caballo con nuestros nombres grabados en las herraduras. Nuestros nombres escribiéndose en los caminos por donde el caballo galopara. Ir detrás de la dirección de nuestros nombres. Seguirnos para encontrarnos. Eso me decía mientras caminábamos a la vera de los álamos en la rivera del arroyo Las catonas.  Las aguas y las maldiciones. Chillaban los chimangos. Maldita historia. Maldita banda de hard-rock. Dogo maldito. Entonces la vi: La Duenda, el tatuaje que habitaba la teta izquierda de La Giganta, salía flotando por un desagüe. 

jueves, 11 de agosto de 2016

74

MALDITA DUENDA

La Giganta sigue, como si fuera un satélite encorvado de este basural, apenas cabiendo en el caño. El junta-perros es solamente un sonido a la distancia. A veces la oscuridad tiene pozos de oscuridad profunda. Susurran las maldiciones del arroyo Las catonas que se empiezan a escuchar. Aguas y maldiciones. Maldito Dios. Maldito brujo. Diablo maldito. Madre maldita, padre. Hijos malditos. El amor es una maldición maldita. Él maldito, ella. Tiempo y espacio están malditos.

La Giganta avanza con el agua a la cintura, pero está tan encorvada que tiene la cabeza también en la cintura. Algunos tatuajes empiezan a ahogarse, otros escapan, traicionando. La Giganta avanza porque los héroes no tienen más remedio que avanzar. Agua maldita, túnel maldito. El pelo se le enrosca, mojado, babeante. El arroyo Las catonas sabe a tristeza. Al azúcar de la amargura. A maldiciones frescas y a maldiciones podridas. A lágrimas sucias a muerte joven. A insectos a fósiles a promesas incumplidas. A autos hundidos a caballos viejos. La duenda, el tatuaje que vive en el pecho izquierdo de La Giganta, salta y nada. Se aleja. Maldita duenda, duenda maldita.

miércoles, 10 de agosto de 2016

71

PERROS PARTIDOS


La Giganta nunca fue muy buena para esconderse. Cosa que le pasa a todos los gigantes. Pero se escondía, se mimetizaba con la basura. Adquiría formas nuevas, cambiaba su color. Se escurría. Se esfumaba. Iba detrás del Junta-perros. Se internaban más y más en las montañas de basura como un bocadillo bajando la garganta. La tarde  se iba pareciendo a un moretón perfilándose al morado de la noche. Todos los brillos eran rojizos destilando una alarma. El filo de las latas, el filo de los charcos. Estaban en el centro arterial de las montañas de basura, debajo del Aconcagua de González Satán. Basura de antaño acumulada, la basura de la basura. Los restos de todo lo que ya sobraba. Una forma de existir estando de más en el mundo. Y ahí estaba La Giganta, la parpadeante, persiguiendo al junta-perros por las cuevas. Chillan los chimangos, pájaros  de los desperdicios. Y se responden como si llevaran una clave, los números que se esconden en los pájaros. El junta-perros se introduce por el caño que desemboca a varios kilómetros en el arroyo Las Catonas, que está hecho de agua y maldiciones. La Giganta lo sigue a la distancia. Ya no se ve nada solamente los ojitos amarillos de algo. Chirría la carretilla y cruza la rata la bubónica reina del país de la rabia. La trampa del junta-perros es no esperarla. Eso lo sabemos nosotros pero La Giganta no, y entonces sigue.

viernes, 5 de agosto de 2016

73

TERNURA


Tomaron la interprovincial rumbo al amanecer. Se enamoraban a kilómetros por hora. La señorita se limpiaba la sangre de la nariz con algodoncitos que iba tirando por la ventanilla. Como dejando un rastro. Como si presintiera que al final del viaje terminaría como siempre regresando sola. La desconfianza se evaporaba a kilómetros por hora cuando llegaban a Madariaga, cuando cruzaban la rotonda, cuando se besaban a kilómetros por hora. Con la primera claridad bajaron del camión a orinar frente al océano atlántico. Una al lado del otro. Dos chorritos amarillentos cayendo en las olitas que iban a morir a sus pies. Los chorritos de meo se cruzaron como si se cruzaran los destinos. Se rieron. La señorita Chevrolet vio que la pija de ella era más grande, le calculó a ojo una diferencia de tres centímetros, por lo menos. Y eso le produjo una ternura interminable. Rodaron abrazados en la frontera del mar. Cogieron como animales anfibios. Ahogados sin ahogarse. Se penetraron, se durmieron y se despertaron justo un ratito antes de transformarse en peces.           

miércoles, 3 de agosto de 2016

72

LA SEÑORITA CHEVROLET


El detective investiga. Una madre falsa cuenta una historia verdadera acerca de un posible padre del chico de las moscas. El posible padre nació Ricardo pero fue conocido como la señorita Chevrolet, uno de los primeros travestis de González Satán. La avenida Ringo Bonavena era de tierra y escombros y la señorita Chevrolet subía a los camiones que la dejaban subir. Las tetas infladas con aceite, las piernas cepilladas. Labios fluor  recorriendo las vergas de un Scania. Hay fotos en el archivo policial. Están las cartas de amor que le escribía Mariano, un enamorado de la señorita Chevrolet. Cierta madrugada de niebla la señorita Chevrolet sube a la cabina de un camión que le hace luces y sin poder ver nada no la cogen, le hacen el amor. La acarician. La besan, cosa rara. Le abren la puerta y la dejan a la vera del camino. El camión arrastra la niebla de la felicidad rumbo a la interprovincial número 3. La señorita Chevrolet se limpia. Le duele el cuerpo como nunca, pero es el dolor más hermoso que sintió en la vida. Solamente recuerda el olor a lavanda del desodorante de ambiente de la cabina. Pasan más camiones y más pijas. Los violentos y los tristes. Le tiran piedras, la insultan. Le dicen que la aman pero le están mintiendo. La primera de las chicas que desaparece es Lidia Whiskera y no aparece nunca más. Le sigue La Mona Chita que aparece en pedacitos en los pastizales de la ruta 23. La chica Chevrolet se sabe en peligro pero siempre se supo en peligro. Por lo menos ahora tiene un sueño: encontrar a Desodorante Lavanda. Varios hombres la miran desde una camioneta estacionada. Intuye deseo y odio. Piensa que deseo y odio son palabras que pueden querer significar lo mismo. Camina hasta la otra esquina. La noche estrellada la protege. La camioneta arranca y se acerca. La noche estrellada deja de protegerla. Corre como un hombre la que siempre quiso ser mujer. Pega como un boxeador la que soñaba con ser suave. Uno de los hombres cae. Son cuatro. La señorita Chevrolet pelea como si fuera tres. La están por subir a la camioneta cuando como una estrella del cielo estrellado cae un camión. Las estrellas son arañas brillantes que se descuelgan del cielo, piensa la señorita Chevrolet sangrando en una  cabina que huele a celo, a amor, a lavanda.